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Nuestros niños perdidos

Mario Cuche
5 Min de Lectura
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La primera vez que Cristóbal Cabrera fue detenido tenía 9 años. Hace unos días -luego de casi 30 detenciones por robos, robos con violencia y otros delitos- fue condenado por primera vez como adulto.

Mientras Cristóbal esperaba la sentencia que lo condenó a desaparecer del mundo durante 10 años, en Lebu desaparecía Tomás Bravo. La tragedia desbordó los noticieros y llegó a tomarse los matinales. Reporteros en terreno, cobertura diaria a las novedades -o, más bien, a la falta de ellas-, entrevistas a familiares, vecinos, rescatistas y autoridades.

Según cifras de la PDI, al menos mil niños se han extraviado en Chile durante la última década ¿Recuerda alguien un despliegue mediático como el que hemos visto en las últimas semanas en alguno de esos otros no menos de 999 casos?

Es grotesco como los programas de TV se cuelgan del morbo que puede causar una tragedia, sin el real interés por ayudar. Sin una verdadera consistencia. Esta semana es el niño perdido (porque hay hartas fotos lindas de él), la próxima los goles de la selección, luego el matrimonio de alguna princesa…

A menos que, de ahora en adelante, haya una reflexión editorial que empiece a dar cabida usualmente, como debería ser, a un reporte sobre niños extraviados. Algo corto, en las noticias, idealmente también en los matinales. Una mención breve, con nombre, foto y lugar de la desaparición.

CHV, Mega y TVN han sido los que más tiempo han dedicado a la desaparición de Tomás Bravo, centrándose en la especulación constante sobre las posibles líneas de investigación, planteando la pregunta sobre si se trataría de un secuestro o un accidente, y en general destacando todo dato que pudiera darle una atmósfera cinematográfica al drama de una familia.

Por supuesto, entre los elementos más resaltados están la cantidad de tiempo y equipo humano destinados a las labores de búsqueda. Más de 400 profesionales, según consignó La Tercera, entre Carabineros, PDI, FACH, Armada y Bomberos. Más de 150 horas de trabajo (al momento de publicar esta columna) recorriendo varios kilómetros cuadrados.

400 profesionales durante más de 150 horas.

¿Cuántos profesionales durante cuántas horas habrán buscado a Cristóbal Cabrera cuando no había cámaras, cuando la búsqueda tenía que ser en su interior, cuando un trabajo dedicado todavía podía prevenir el surgimiento del “Cisarro”?

Situaciones como las de Tomás y Cristóbal, por muy distintas que puedan parecer, sacan a la luz algo en común: la desprotección, desde un nivel cultural, en la que se encuentran nuestros niños.

La seguridad, la salud, la educación y el respeto en general a los derechos de los niños deben ser prioridad siempre. Deben implicar miles de horas y de profesionales, siempre. En todo ámbito.

Sobre todo en nuestro país, donde según cifras del Minsal, el suicidio es la segunda causa de muerte en personas entre 10 y 19 años. En Chile, 8 de cada 100 mil niños y jóvenes mueren por elección propia.

Cuando se extienda la noción de que la responsabilidad que representan los niños es de todos, por lo que debe fomentarse una cultura de redes de apoyo para los padres. Cuando se le entregue un espacio real a la infancia en los medios, tanto en la programación como en la participación opinante. Cuando el Servicio de Protección de la Niñez (ex Sename) deje de ser un centro de abuso infantil y se convierta en un internado de lujo (el próximo premio Nobel de Chile debería salir de ahí)…

Entonces recién habremos dado un salto cultural que nos ayude a encontrar a nuestros niños perdidos. 

Mario Cuche

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