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Isla de pascua: importante medicina salva vidas día a día

Rocío Arévalo
10 Min de Lectura
Isla de pascua: importante medicina salva vidas día a día
Isla de pascua: importante medicina salva vidas día a día
Un hecho despertó el interés de un científico: los nativos no sufrían de tétano, a pesar de que andaban descalzos en una tierra llena de caballos, las condiciones ideales para infectarse. Así, la Isla de pascua y su importante medicina se posicionó cambió la historia. 

La Isla de Pascua es uno de los territorios turísticos más visitados del país. Esta remota isla volcánica se encuentra en la Polinesia. Su nombre nativo es Rapa Nui.

Es famosa por sus sitios arqueológicos, incluidas cerca de 900 estatuas monumentales llamadas “moáis“, creadas por los habitantes entre los siglos XIII y XVI.

La forma de vivir de los nativos dentro de la isla se basa en el cuidado de la naturaleza, con especial énfasis en la cultura de sus antepasados. 

Alejados del resto del país, Rapa Nui es actualmente uno de los atractivos turísticos favoritos de los viajeros. Por esta razón, siempre se posicionan en las noticias como una isla que todo chileno debería conocer.

Sin embargo, hoy Isla de Pascua aparece haciendo noticia con importante medicina. Este territorio, que cuenta con casi 8 mil habitantes, es ahora presentado como una maravilla para el sector.

Esto, cuando un científico se maravilló al ver que los habitantes de ese territorio no sufrían de tétano. Su curiosidad desencadenó un hallazgo que marcó un antes y un después en la historia de la isla.

Descubren importante medicina en la Isla de Pascua

El microbiólogo Georges Nógrády, llegó en diciembre de 1964 para estudiar la cultura, medio ambiente y enfermedades de ese excepcional lugar. Así, dividió la isla en 67 parcelas y tomó muestras del suelo de cada una de ellas.

Sólo encontró esporas de tétano en una de las muestras, siendo que la isla cuenta con una gran cantidad de caballos.

Los frascos con pedacitos de territorio pascuense llegaron a manos de los científicos de la firma farmacéutica Ayerst, en 1969.

El director de Datos y Análisis de la Clínica Mayo, comenzó la investigación con los frascos. Ajai Sehgal, inspirado en su padre quien fue trabajador de la farmacéutica, analizó las muestras que le llegaron a su progenitor aquellos años.

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“Cuando tenía unos 10 años, iba con mi padre a su trabajo -en el laboratorio de Ayerst en Montreal- y hacía preguntas”, le contó a BBC Mundo. “No tenía las bases para comprender todo, pero sabía que se dedicaba al descubrimiento de medicinas y entendía lo que estaba tratando de hacer”.

Lo que estaba tratando y logrando hacer su padre era aislar los microorganismos de la tierra de Isla de Pascua. Luego, coaccionarlos para que se reprodujeran y luego analizar las sustancias que producían.

Uno de ellos, la bacteria Streptomyces hygroscopicus, produjo un compuesto natural aislado en 1972 al que llamaron rapamicina, en honor a Rapa Nui. 

Descubrieron que eran muy bueno inhibiendo el crecimiento de hongos, pero había un problema. “También era inmunosupresor así que dejaba la parte del cuerpo tratada sin defensas”, señaló Ajai

Además, indicó: “Imagínate que tienes una infección fúngica en tu mano y te aplicas una crema de rapamicina: mata los hongos pero probablemente te dará una infección bacteriana”. 

Sin embargo, Sehgal siguió la investigación de la importante medicina.

Siguiendo pasos de Ayerst 

“Normalmente lo que se hace es darle a un ratón más y más y más dosis del medicamento hasta que muere, y así encuentran el nivel máximo seguro. Pero en el caso de la rapamicina nunca encontraron el nivel tóxico pues los ratones nunca morían”, aclara Ajai.

En ese momento, los inmunosupresores que se tenían “eran todos altamente tóxicos”.

Además, aunque pareciera contradictorio que algo que evita una defensa contra los tumores pudiera ser un fármaco anticanceroso probable, el Dr. Sehgal observó que este compuesto parecía poseer propiedades novedosas pues podía impedir que las células se multiplicaran.

En una época en la que todas las quimioterapias mataban células vivas, contar con algo así podía ser muy beneficioso.

Sehgal envió una muestra del compuesto al Instituto Nacional del Cáncer (CIN) de EE.UU. donde notaron que tenía una “actividad fantástica” contra los tumores sólidos.

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El trabajo en esa dirección estaba arrojando resultados prometedores cuando se suspendió abruptamente.

En 1982 Ayerst decidió cerrar su laboratorio de investigación de Montreal, y trasladar a unos pocos de sus científicos a sus instalaciones en Princeton.

El doctor Sehgal era uno de ellos, pero la rapamicina no corrió con la misma suerte. Era, sencillamente, un asunto de negocios. La compañía no vislumbraba un futuro lucrativo para ella como fármaco así que decidió ponerle fin al proyecto.

La orden fue deshacer todo, archivarlo y olvidarlo. “Mi papá hizo todo lo contrario”, recuerda Ajai.

Sabiendo que el cierre de las instalaciones significaba que no tendría acceso a fermentadores a gran escala necesarios para producir rapamicina, el doctor Sehgal preparó un lote para llevárselo a Princeton.

Ajai se enteró de la travesura de su papá cuando fue a ayudar a empacar para la mudanza a Princeton y le fue encargada la tarea de asegurarse de que su carga llegara sin problemas al nuevo hogar.

“Yo tenía 20 años y era oficial de las Fuerzas Armadas de Canadá en ese entonces. Pero lo hice por mi padre”. 

El plan dio resultado. “El congelador llegó al sótano de su nueva casa en Princeton, sin explotar y con todas las muestras intactas, y ahí se quedaron durante unos 5 años“.

Un nuevo comienzo

A finales de la década de 1980, los trasplantes de órganos ya estaban dejando de ser ciencia ficción. Pero el gran obstáculo seguía siendo el sistema inmunológico, que se activaba y atacaba la parte extraña al cuerpo, poniendo en riesgo la vida de los pacientes por rechazo.

Para ese entonces, la empresa para la que trabajaba Sehgal había cambiado y él le llevó a los nuevos gerentes de la fusionada Wyeth-Ayerst la idea de explorar si la rapamicina podía ser la solución

Desde el punto de vista de la farmacéutica, había llegado la hora de resucitar el proyecto.

“‘Pero -le dijeron- ¿Cómo va a continuar su trabajo si todas las muestras fueron destruidas? “‘Quizás no”, les respondió.

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En ese momento él no tenía idea si las muestras que estaban en el congelador seguían vivas.

“En el laboratorio comprobó que habían sobrevivido. A partir de lo que mi papá guardó se crearon lotes nuevos para hacer los estudios“, cuenta Ajai.

Así, descubrieron que la rapamicina se convirtió en un medicamento usado para impedir que el cuerpo rechace los trasplantes de órganos y médula ósea.

La rapamicina impide que ciertos glóbulos blancos rechacen tejidos y órganos ajenos.

¿Que fue del papá de Ajai?

El doctor Sehgal recibió la admiración del mundo médico y el agradecimiento de millones a los que la rapamicina les había dado una vida más larga.

Sin embargo, en 1998, se le diagnosticó cáncer de colon metastásico en estadio IV después de una colonoscopia de rutina.

Se mejoró. De hecho, vivió una vida buena durante 4 años, pudo conocer a sus nietos y ellos a él. Y un día, en un viaje a India para dar conferencias, le dijo a mi madre: ‘Me siento bien, pero nunca sabré si es la rapamicina lo que me está manteniendo vivo a menos de que deje de tomarla’.

Y eso hizo. En cuestión de 6 meses, el cáncer invadió todo su cuerpo y falleció.

“En su lecho de muerte me dijo: ‘lo más estúpido que hice fue dejar de tomar mi medicina. Pero esa era su naturaleza. Era un científico y necesitaba saber”. 

Trabajó hasta el final. El día antes de morir, estaba escribiendo un artículo en la cama abogando por las propiedades antitumorales de la rapamicina”. El doctor Suren murió el 21 de enero de 2003.

Los usos de la rapamicina se siguen multiplicando, como inmunosupresor y en diferentes tipos de cáncer y otras enfermedades.

En este momento, hay decenas de estudios en curso explorando su potencial para aminorar las consecuencias negativas de la vejez. Así, Isla de pascua se posicionó con importante medicina en el mundo.


 

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